jueves, 11 de junio de 2020

25. Café con Bill Evans, el soñador impresionista del jazz. (1929-1980)





Con la historia de mi pianista favorito terminamos este experimento de blog. Espero que os haya resultado interesante. 

La historia de Bill Evans, el hombre solitario y taciturno, que tocaba con la cabeza agachada, casi sin mirar ni el piano, es la de un hombre tímido, triste y desgraciado, que tuvo un final aún más triste. 

Pero primero os voy a contar la historia de esta melodía

Según la leyenda, la confiscación de sus tierras a principios de 1600 causó una profunda impresión a Blind Rory, descendiente de los O'Cahan cuya familia había vivido en esas tierras durante generaciones. Aquella tristeza lo llevó a escribir una canción conmovedora de dolor y de pasión llamada "Lamento de O'Cahan". Se cuenta que en su origen hubo algún tipo de intervención sobrenatural: Una noche, Blind, borracho, se desplomó a la orilla del río y, dormido, habría escuchado hadas tocando una melodía inquietante en su arpa. Una vez que estuvo lo suficientemente sobrio y seguro de poder reproducir la música, volvió a su castillo para dar una serenata a sus invitados con la primera versión del aire que se convertiría en una canción popular y que no sería escrita en partitura hasta unos 250 años más tarde.

Igual todo es una leyenda y la melodía es más reciente, pero no deja de tener su encanto.

Los ingleses la conocen con el nombre de 'Aire del Condado de Derry", ya que el nombre más común, en irlandés, les suena algo raro "Londonderry". Todos lo conocemos del cine con el nombre de Danny Boy, por el título de la canción que creó Frederic Edward Weatherley (1848-1929) sobre esa melodía.

Y en las manos de Bill Evans suena divino. 


Aún no os he hablado de mi pianista de jazz favorito, uno de los músicos de jazz procedente de la música clásica y por tanto con un estilo que une las armonías impresionistas de Debussy con la sensibilidad de un hombre solitario y triste. Un hombre que apenas tuvo unos meses de felicidad en toda su vida y que acabó de una manera trágica.

En cuanto se reponía de algún golpe de la vida, como la muerte de su contrabajista en un accidente de coche, o la de su novia, que se tiró a un tren al conocer su infidelidad, o la definitiva, cuando su hermano mayor, su apoyo, su hermano Harry, se quitó la vida. 

Entonces él lo decidió también…

Gene Lees lo llamó "el suicidio más largo de la historia". Duró exactamente un año y seis meses.

Dejó de tomar sus medicinas para la hepatitis, volvió a la cocaína y al alcohol, y prácticamente no se alimentaba. Por si fuera poco, aumentó el ritmo de conciertos por todo el mundo, en una frenética carrera hacia el final, que le llegó el lunes 15 de septiembre de 1980. Sólo cuatro días antes había dado su último concierto en Nueva York.






lunes, 8 de junio de 2020

24. Café con Miles Davis, y el disco de jazz más vendido de la historia.






Aquella batería le alargaría la vida casi 12 años. Su sobrino tendría 7 años cuando se la regaló y no podía imaginar lo que significaría para él mismo y para el pequeño Vincent, que se entusiasmó tanto que llegó a estudiar en el conservatorio de Chicago. 

Pocos años después, en 1972, Miles Davis sufrió un accidente con uno de sus Ferrari y poco a poco su vida fue cayendo en un infierno: la mala acogida de sus últimos trabajos, la falta de inspiración, una serie de operaciones para la implantación de una cadera artificial por las secuelas del accidente automovilístico, una infección en una pierna, cálculos biliares, serios problemas en los labios provocados por la trompeta, hicieron que acabara recayendo en las drogas, derrumbándose en 1975 e iniciando lo que algún autor llama "sus 5 años en la cara oculta de la luna". 

Incluso estuvo en la cárcel por no pasar la pensión a una ex-mujer (sí, tuvo varias, como casi todos) y casi acaba en el psiquiátrico por ataques paranoicos. Años más tarde recordará aquella época: "No me sentía en absoluto capaz de tocar la trompeta. No quería saber nada de la música. Estaba aburrido, aburrido a morir. Durante cuatro años no hice absolutamente nada: no salía ni siquiera para ir a una tienda”. 

Y es aquí cuando aparece su sobrino para visitarlo a menudo, preguntarle por cuestiones musicales, enseñarle sus trabajos, y pedirle que tocara algo. Miles Davis adoraba a aquel muchacho y reconocía su talento. Finalmente tocó para él en 1979, recuperando su vitalidad y su dedicación a principios de los 80, hasta que una neumonía (tal vez Sida) le puso la sordina definitivamente en 1991. 

Treinta años antes, Miles Davis había revolucionado el mundo del jazz con un disco que grabaron en pocas sesiones, casi sin ensayar, improvisando sobre escalas y algunos temas del pianista Bill Evans (del que hablaremos mañana). Aquel disco se ha convertido en el disco de jazz más vendido de la historia. 

Después de la locura rítmica del Bebop de Charli Bird Parker y Dizzi Gillespie, Miles Davis experimenta con melodías sencillas, pocas notas, degustando cada sonido y buscando las relaciones modales entre los acordes. 
El saxofón que suena hacia el final es el de John Coltrane, otro gigante del jazz.

Dicen los entendidos que “si no te gusta Kind o Blue, es que no te gusta el jazz”.



viernes, 5 de junio de 2020

23. Café con Piazzolla (II)



 


Esta es mi canción favorita de Astor Piazzolla. 

Piazzola la llamaba “milonga lenta”, aunque eso significaría que el motivo es más animado y alegre que el de un tango. Sin embargo la tristeza que transpira esta obra es comparable a la del Adagio de Albinoni, por la tonalidad menor, la melodía descendente y las progresiones por cuarta que te van hundiendo en la melancolía. Pero con una belleza irresistible. 

La obra no tenía letra en su versión original, pero el título “Oblivion” dejaba claro que se refería al olvido, a ese sentimiento de pérdida con que los años nos van castigando, en ocasiones de manera voluntaria, consciente (incluso necesaria) y en otras de manera inconsciente y cruel. 

En 1984 Milva lo cantó con versos de David McNeil en los que trata de un olvido concreto, especial, el olvido del amor: 

“Pesadas, pesadas parecen de repente, las sábanas, el terciopelo de tu cama cuando olvido nuestro amor 
Pesados, de repente parecen pesados tus brazos alrededor de mí en la noche. 
mi barco parte, se va a algún lugar. 
La gente se aleja, me olvido, me olvido... 

Más tarde, en otra parte en un bar de caoba, 
los violines vuelven a tocar nuestra melodía, pero me estoy olvidando. 
Después de separarnos mejilla contra mejilla, todo se vuelve borroso y me olvido, me olvido. 
Corto, el tiempo parece corto, la cuenta regresiva de una noche cuando nuestro amor se olvida. 
Breve, el tiempo parece breve con tus dedos recorriendo mi salvavidas 
Sin una mirada, la gente se pierde en la plataforma de una estación, y me olvido, me olvido... 

(David McNeil, 1984)

Espero que os guste. 



miércoles, 3 de junio de 2020

21. Café con Gardel (y una sorpresa)









Seguro que os suena esta melodía, la habréis escuchado en multitud de películas. 

Él no lo sabía, pero aquella iba a ser su última película. Llevaba varios años en Nueva York y andaba terminando el rodaje de la película "Tango Bar" (1935). Le faltaba la melodía para la letra que se cantaría durante la carrera de caballos. La letra, de Alfredo LePera jugaba con las expresiones de las apuestas para darle un significado en el juego del amor, pero Carlos no terminaba de dar con una melodía pegadiza. Entonces, una noche, a las tres de la mañana sonó el teléfono del arreglista Terig Tucci: al aparato sonó la voz alterada, eufórica de Gardel: “Che viejo, tengo una melodía para el tango “Por una cabeza”. Y se la cantó por teléfono, pero, tal vez porque estaba medio dormido a Tucci no le pareció nada fuera de lo común. Entonces Carlos insistió “Mira, Beethoven, vos te quedás con tus corcheas y semifusas; pero no te metas conmigo en asuntos de "matungos".

Y no le faltaba razón, la melodía era tan pegadiza que aparece en varias escenas de la película incluyendo los créditos. No imaginaba Carlos Gardel que aquella melodía se convertiría en una de las más famosas de toda su producción, rivalizando, por arte del cine, con su maravilloso “El día que me quieras”.

Tras el rodaje, Gardel inició una gira de conciertos por toda latinoamérica, llegando a Colombia en Junio. Tras las actuaciones, el 24 de junio, debían continuar la gira y tomaron un avión en la ciudad colombiana de Medellín. Cuando iban a despegar se toparon con otro avión que esperaba en la pista de despeque y chocaron ambos aviones, resultando 17 personas fallecidas y sólo tres supervivientes. Carlos Gardel tenía 45 años, y no tanta suerte como sus guitarristas que sí sobrevivieron al choque. 

Falleció el hombre y nació el mito, el mejor cantante de tangos de la historia.  

Aquí os traigo este vídeo jugando con el piano. Sólo la melodía y los acordes de su conocido tango "Por una cabeza", nada de florituras.


 Y la versión original de Carlos Gardel cantando este tema en la propia película para la que fue compuesto.  Espero que os guste.


 

22. Café con Astor Piazzolla (1921-1992)






Después de la muerte de Carlos Gardel, el tango cae en una especie de letargo, y apenas suena fuera de Argentina, pero poco tiempo después aparece una figura que lo revitaliza y le da el impulso que lo hace internacional. 

Su nombre es Astor Piazzola, y al igual que Gershwin unos años antes, intenta ir a París a que le enseñen en el conservatorio, pues él es un músico casi autodidacta, formado en los arrabales de Buenos Aires y en Nueva York a donde se fue su padre a trabajar cuando él era niño. 
Al igual que al norteamericano, una profesora de París (Nadia Boulanger, de la que os hablé con el libro), lo convence de que deje de pretender ser un compositor clásico y se dedique a lo que realmente sabe hacer, que es componer y tocar tangos. 

“Yo pensaba que era una basura porque tocaba tangos en un cabaret y resulta que yo tenia una cosa que se llama estilo”. Ese estilo porteño, junto al verso evocador del poeta Horacio Ferrer que le hacía las letras, me vuelve loco y os recomiendo que lo escuchéis por internet. 

Pero hoy os quiero hablar de otra obra suya.

Precisamente estando en París, en 1954 escribe una obra que dedica a su padre, don Vicente Piazzolla, al que llamaban Nonino, y que hace mucho tiempo que no ve. La obra, alegre y descriptiva, la titulará Nonino. 
Lo que no imaginaba Astor es que sólo cinco años más tarde, en 1959, durante una larga gira por toda América, en medio de una pequeña crisis existencial y económica que le causaría angustia y melancolía, le llegaría otra noticia que le añadiría más desánimo, la noticia de la muerte de su padre. 
Se encontraba en ese momento en Centroamérica, tratando de digerir el desastroso viaje a Nueva York que supuso un fracaso, emocional, económico y personal, de ahí su inquietud. 
Y, por si fuera poco, allá lejos en la Argentina, su padre había fallecido. Ya no podría volver a hablar con él, a cantar con él. 

Entonces, desolado, toma la obra que le había dedicado años atrás y la reescribe, conservando la rítmica, reacomodando las secciones y añadiendo un tema B con un prolongado y melódico fragmento de notas largas, dolorosas, en las que subyace el profundo y angustioso lamento. Es el llanto contenido del hijo que, en la distancia, se manifiesta en ese triste pasaje que titulará Adiós, dando como resultado una obra inmortal: “Adiós, Nonino” 

Tal y como escribió Gaspar Astarita “el artista, sin lágrimas, lloró esa noche, pero a través de su arte. Y dejó para la historia de la música argentina una de sus más bellas e imperecederas páginas”.

Prestad atención a cómo la obra, que es binaria (ABAB) comienza con progresiones muy alegres y rápidas, y cómo en la parte B aparece el doloroso lamento del Adiós.
Esta es una de las obras que más me gustan de Piazzola, pero la que más me gusta os la traeré al café de pasado mañana. Ya veréis.
Mientras tanto, espero que esta también os guste. 

domingo, 31 de mayo de 2020

20. Café con Rezso Seress (1889-1968)






 
Cuenta la leyenda que todo el que escucha esta canción acaba con su vida, tal es la tristeza que provoca su melancólica melodía y su depresiva letra. 

Semejante barbaridad circulaba por los periódicos de los años treinta a raíz de algunos suicidios en los que aparecía la partitura de esta canción en los bolsillos de algunos de ellos. Una posible explicación es que esta canción era muy popular en los años de la gran depresión y es normal que en esa época los suicidios aumentaran.  El caso es que fue prohibida en varios países durante algún tiempo. 

La leyenda también dice que su autor la escribió en París en una fría y triste mañana de domingo de 1932 y se la dedicó a una joven que había conocido y de la que se enamoró perdidamente. La joven, al leer la partitura se cortó las venas y su autor, roto de dolor también decidió acabar con su vida. Pero esta leyenda tampoco es cierta, al menos en parte, ya que no hay constancia de que conociera a nadie en París ni le dedicara la canción, aunque su autor, el húngaro Rezsö Seress, sí acabó suicidándose en 1968, con 79 años, tras treinta años de miserias y pobreza en su Hungría comunista, mientras que en Estados Unidos, los derechos por su exitosa canción se iban acumulando en una cuenta que la sociedad de autores había abierto a su nombre. 

Por estupidez o coherencia política (era un convencido comunista) jamás reclamó ese sucio dinero capitalista con el que se hubiera convertido en uno de los hombres más ricos de su país. 

Es uno de los temas que aparecen al comienzo de la triste película de Spielberg “La lista de Schindler” y cuenta con versiones para todos los gustos. Por supuesto, tanto Billie Holiday como la gran Sara Vaughan versionaron este tema de manera genial, pero a mi me gusta muchísimo el clasicismo elegante de Hildegarde, más parecido a la versión que suena en la película de Spielberg. 

Espero que sólo os provoque, como a mí, sentimientos de placentera calma, en este domingo gris, lluvioso y algo fresco, más otoñal que propio de la primavera en la que estamos. 

La letra de esta versión es una traducción prácticamente literal del húngaro al inglés, realizada en 1936 por el británico Desmond Carter, y dice así: 

Triste domingo:

"Con tristeza un domingo esperé y esperé con flores en mis brazos. 
Al sueño que había creado esperé hasta que los sueños como mi corazón, se rompieron. 
Las flores habían muerto y quedaban palabras por decir. 
El dolor que ya conocía iba más allá que cualquier consuelo. 
El latido de mi corazón era una campana que doblaba el más triste de los domingos. 
Así llegó un domingo en el que viniste a buscarme. 
Cargaron conmigo hasta la iglesia y te dejé atrás. 
Mis ojos no pudieron ver al único que quise que me amara. 
La tierra y las flores descansan eternamente sobre mí. 
La campana dobló por mí y el viento susurró “¡nunca!” 
Pero a ti te amé y siempre te bendeciré el último de todos los domingos." 


viernes, 29 de mayo de 2020

19. Café con Gershwin (II)






La primera idea era escribir 24 preludios que unieran la música clásica con el naciente y fascinante estilo del jazz, imitando lo que hizo Johann Sebastian Bach en su libro del Clave Bien Temperado, o Chopin con sus 24 estudios (uno para nota cromática de la escala: 12 notas en tono mayor y otras 12 en tono menor) pero luego rebajó su pretensión a diez, ocho, siete… Para su estreno, unos meses antes de su publicación, se anunciaban como “seis nuevos preludios para piano” (aquello fue el 29 de noviembre de 1926, en un hotel de Nueva York, junto con una versión a cuatro manos de la Rhapsody in blue). Pero parece ser que sólo interpretó cinco.

 Y finalmente se publicaron sólo tres. Pero qué tres preludios…

La verdad es que tardó más de tres años en decidirse, y eso hizo que por el camino le surgieran otros compromisos para los que aprovechaba algunas ideas tomadas de esos preludios. Unos se convertirían en canciones, otros en un par de piezas para piano y violín, incluso el Concierto en Fa tiene su origen en uno de esos preludios. La verdad es que les sacó mucho partido. Pero al final, sólo fueron tres los elegidos para formar ese magistral trío de preludios que Gershwin dedicó a su gran amigo, el compositor, arreglista y orquestador Bill Daly (el señor con gafitas de la foto), a quien acudía permanentemente para pedir consejo y revisar sus orquestaciones.  Eran amigos desde hacía casi 10 años y aún seguirían juntos otros diez, hasta que una tarde de 1936 un infarto acabó con la vida de su colega, que entonces tenía 48 años. Gershwin, diez años menor, sólo le sobreviviría nueve meses. Como ya contamos ayer, murió de un derrame cerebral con tan sólo 38 años.

Se han realizado muchas versiones y transcripciones de estos tres preludios, pero a mí me gusta especialmente la versión para violín que grabó en 1945 Jascha Heifetz y que podéis escuchar en internet. Os dejo mi propia versión del Preludio 1 de Gershwin. 

Espero que os guste. 

 



miércoles, 27 de mayo de 2020

18. Café con George Gershwin (1898-1937)







Gershwin se había convertido en el compositor más famoso de Estados Unidos y pretendía escribir la auténtica música americana mezclando el estilo del jazz con la orquestación europea de los clásicos. Así que fue a París a estudiar composición con los grandes maestros. 
Primero intentó que le diera clases Stravinsky, pero se negó. La conversación fue breve: 

Stravinsky: - ¿Cuánto dinero ganó usted el año pasado? 
Gershwin:  - 200.000 dólares, 
Stravinsky: - ¡Entonces soy yo el que debería tomar clases de usted! 

Ante la negativa de Stravinsky lo intentó con Ravel, pero también rechazó darle clases alegando que perdería su genial espontaneidad melódica para tratar de ser un mal imitador de Ravel. 
Así que regresó a América y siguió componiendo canciones con las que ganaba muchísimo dinero. Era tan rico que se compró un edificio entero para darle una casa a su familia, pero luego, como había tanto ruido y bullicio se iba a un hotel que había enfrente de su casa para poder componer a gusto. Tenía alquilada la suite principal todo el año. 


Sin embargo, todo empezó a tambalearse a comienzos de 1937, cuando comenzó a experimentar dolor de cabeza, mareos y desmayos. Los análisis no revelaron ninguna causa aparente, pero el dolor de cabeza se incrementó con mayor frecuencia y severidad hasta que el 9 de julio Gershwin colapsó en un estado de coma y le fue diagnosticado un tumor cerebral. La Casa Blanca envió dos destructores para que trajeran de su yate, en la Bahía de Chesapeake donde se encontraba de vacaciones, a uno de los más prominentes especialistas de cerebros. Con el tiempo necesario, el Dr. Dandy alcanzó el aeropuerto Newark en su camino a Hollywood; sin embargo, los cirujanos locales decidieron que era necesario operarlo y comenzaron antes de que llegara. Gershwin nunca se despertó de su coma y falleció el 11 de julio de 1937, a dos meses y medio de cumplir los 39 años, silenciando prematuramente a una de las voces musicales estadounidenses más frescas y creativas. El novelista John O’Hara resumió la actitud de muchos estadounidenses, quienes se rehusaron a creer que Gershwin hubiera muerto cuando dijo: «No lo creeré si yo no quiero». 

Se encontraba rodando la película The Goldwin follies cuando sufrió el último colapso. La última canción que incluyó (el resto de la banda sonora fue completada por Vernon Duke) es esta deliciosa melodía que escribió en 1930, a la que su hermano Ira puso letra expresamente para una escena del film. A George no le gustó, porque decía que la melodía, que era brahmsiana, merecía mejor texto, pero el caso es que la pieza fue un éxito. Ha sido grabada incluso por artistas clásicas como Te Kanawa o Leontine Price, pero yo sigo prefiriendo la dulzura melosa de la voz de Ella. 

...El amor llegó y, sin decir una palabra, supe que me dijo "hola"...




martes, 26 de mayo de 2020

17. Café con Chet Baker (1929-1988). El autor del mejor y el peor disco de jazz de la historia.







Chet Baker (1929-1988)

-“Chet, ¿Nunca has pensado en escribir tu biografía?, 
-“Sí, sí, de hecho lo empecé a hacer, pero luego pensé: da igual, ¡de todas formas no se lo van a creer…!” 

Si hay unos artistas cuya vida puede resultar increíble son los músicos de jazz. 
Y uno de ellos fue sin duda Chet Baker. 

Es 1969. Chet lleva tres años sin poder tocar debido a una brutal paliza que cinco hombres le propinan en la puerta de su hotel. Sabían lo que hacían: se esmeran en romperle todos los dientes y la mandíbula. Chet debe aprender a tocar desde cero tras la reconstrucción de la boca. Trabaja en una gasolinera y durante algunas temporadas vive en la calle, soportando hambre y frío. Pero no pasa un día en que no toque la trompeta. Incluso había quien pensaba que había muerto, al no tener noticias de él. 

Diez años antes estaba en la cima, abrumado con innumerables premios, no sólo como trompetista, también como el mejor cantante de jazz, por esa voz aterciopelada, íntima, seductora. Las mujeres caían rendidas a sus pies, se le conocía como el “James Dean del jazz”, el galán cautivador, magnético y encantador, pero también el hermoso perdedor, el paciente ingrato, el arrogante manipulador. El desvalido heroinómano. 

Pero ahora tiene que tocar de otra manera, ayudado por Dizzy Gillespie encuentra un toque más serio impregnado de una cruda desesperanza. Entonces se decide a volver al estudio de grabación. 

Quizá demasiado pronto… Así el que nació el que para los entendidos es el peor disco de jazz de la historia, o al menos uno de ellos. Lleno de instrumentos añadidos sin ton ni son, quizá para camuflar el decepcionante sonido de la trompeta. En este tema incluso parece que suena el organillo de un videojuego de los ochenta. 

Pero, sin embargo, y como siempre pasa con Chet, en algún momento te corta la respiración y te hace girar la cabeza, sorprendido en algún pasaje. 

Pero hoy no os voy a poner este disco de 1969, sino uno de los últimos, un año antes de que el 13 de mayo de 1988, acabara tirándose por la ventana del hotel Pris Hendrik en Ámsterdam, tras consumir speed-ball (mezcla de cocaína y heroína). Tenía 59 años. 
Sigo sin explicarme como mentes tan extraordinarias pueden sucumbir a las drogas. "Llegar a lo más alto. Revolucionar la música jazz. No soportar la presión. Perder la fe. Autodestruirse". 

El talento desperdiciado, la ruina recogida entre drogas, golpes, arrestos, deportaciones. A pesar de eso, deja casi cien discos grabados. Casi todos de un altísimo nivel. 

Fue en 1987 cuando Chet, consumido por las drogas pero en plena forma en lo musical, cantó “Almost blue” en un inolvidable concierto en Tokio, y consiguió, con unas pocas notas de trompeta y una voz frágil y sugerente, siete minutos de éxtasis sonoro, inigualable. Jamás nadie volverá a interpretar este tema que Elvis Costello escribió en 1982 de esta manera. 
Jamás.
(No se nota que este es uno de mis discos favoritos)


domingo, 24 de mayo de 2020

16. Café con Hupfild en Casablanca.




El tiempo pasará… y a medida que pasa vamos valorando cosas diferentes, pero otras permanecen siempre inmutables. 

Esta es una de mis películas favoritas y de ella salen dos de las citas que más me gustan: Una para vosotros “Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad”, y otra privada “Siempre nos quedará París”. 

El autor de la banda sonora, Max Steiner quería hacer toda la música y pidió reemplazar la pieza que tocaba Sam en la obra teatral en la que se basaba la película. Pero Ingrid Bergman (la actriz) conocía la canción y le gustaba mucho y no quiso que se cambiara, así que, por suerte para nosotros, esta icónica canción, compuesta en 1931 por Herman Hupfeld y casi desconocida en aquel momento, ha permanecido para nuestro deleite. 

El actor que encarna a Sam (el pianista) era Dooley Wilson, que era cantante y batería, pero no pianista: no sabía tocar el piano; fue Elliot Carpenter el encargado de tocar el piano en realidad, mientras que Dooley lo veía y realizaba movimientos parecidos. En la escena, la música suena en un tocadiscos (casi no se nota, jeje) y así fue como, moviendo las manos y los labios en un estupendo playback, acabó siendo el inolvidable Sam, el pianista de Casablanca… 

Supongo que sabéis que Rick nunca pronunció las famosas frases de “tócala otra vez, Sam”. Esa frase se hizo famosa al utilizarla Woddy Allen como título original de la película que en español se llamó “Sueños de un seductor”, cambiando hábilmente las palabras para evitar los derechos de autor. 

Según American Film Institute se ha convertido en la segunda canción más popular en la historia del cine (después de “Over de Rainbow” en la voz de Judy Garland, aunque no estoy muy seguro de que Celine Dion y su “Titanic” estén muy de acuerdo) 

Esta película que me tiene fascinado por el glamour exótico que desprende. 

Además la letra me parece muy adecuada para la situación actual: 

“Debes recordar esto: Un beso es aún un beso, un suspiro es sólo un suspiro. 
Las cosas fundamentales se entienden a medida que pasa el tiempo. 
Y cuando dos amantes se comprometen aún dicen: 'Te amo'. 
En eso puedes confiar, no importa lo que el futuro trae, a medida que pasa el tiempo. 
La luz de la luna y Las canciones de amor, nunca pasarán de moda. 
Los corazones llenos de pasión, celos y odio. 
Es aún la misma vieja historia, una lucha por el amor y la gloria, un caso de actuar o morir. 
El mundo siempre dará la bienvenida a los amantes, a medida que pasa el tiempo.” 



Os dejo la versión cinematográfica y una versión interpretada por mí. Espero que os gusten ambas. Besos y abrazos. Cuidaos mucho.

viernes, 22 de mayo de 2020

15. Café con Charlie "Bird" Parker y Gillespie.






Sí, lo que suena es un saxofón de plástico, y su historia es tan sorprendente como la interpretación, que dio lugar al conocido como el concierto del siglo: 

Toronto 15 de mayo de 1953. Todo hace presagiar que aquel concierto organizado por la New Jazz Society con el objetivo de reunir a los mejores músicos del momento será un auténtico desastre. 
 Budy Powell acababa de salir del sanatorio mental en unas condiciones deplorables, y poco antes del concierto estaba absolutamente borracho. 

Charli Parker al que llamaban "Bird" porque pretendía ir más rápido que nadie en las escalas y que inventó lo que se llama Bi bop (que lleva el ritmo al doble de velocidad de lo normal) estaba en su peor momento: había perdido su licencia para tocar en Los Ángeles y Nueva York, y sus problemas con la heroína y la cocaína se habían agudizado. Además ese mismo año, su hija Pree murió de neumonía porque carecía de dinero para proporcionarle el tratamiento adecuado, por lo que su caótico estado mental era cada vez más evidente en su música y en sus relaciones con los compañeros, con continuas discusiones. 

Pero lo más sorprendente de todo es que se presentó en Toronto sin su saxofón, ya que lo había empeñado poco antes en alguna tienda de Nueva York para costearse su dosis de heroína. En el último momento acudió a una tienda de instrumentos de Toronto pero tan sólo pudieron prestarle un saxofón de plástico. 

¡Un saxofón de plástico! Eso es todo lo que tenían y con eso tendría que conformarse el gran «Bird» para asombro de sus acompañantes. 

Y entonces ocurrió lo increíble. 

Tras un impresionante comienzo del trío Roach, Powell y Mingus, se subieron al escenario Gillespie y Parker, que llevaron su rivalidad hasta cotas musicales inalcanzables para la mayoría de músicos del último siglo, aunque quedó claro que Charlie Parker aún con un cacharro de plástico era capaz de sobrevolar por encima de Gillespie para dejarlo en evidencia. 

La actuación fue tan extraordinaria que la prensa especializada de la época rápidamente la calificó como «el concierto del siglo» y bautizar a aquellos cinco músicos también como «el quinteto del siglo». 

Aún hay otra historia después, y es que tras el concierto se fueron de fiesta y Gillespie dejó su trompeta sobre un banco al que se subió la gente borracha bailando. La trompeta acabó pisoteada y doblada, pero al tocarla, comprobó que sonaba mejor que en su posición normal, ya que proyectaba el sonido con más potencia. Así fue como nació la trompeta con el pabellón elevado con la que todos asociamos a Gillespie, bueno eso y sus carrillos hinchados de soplar sin técnica con ellos relajados e ir creciendo cada vez más hasta parecer un pez globo. 

No dejo de asombrarme cada vez que los escucho.

miércoles, 20 de mayo de 2020

14. Café con Billie y Lester



El otro día hablábamos de Billie Holliday y mencioné de pasada que su gran amor no correspondido fue Lester Young. Hoy os contaré su historia: 

Cuando la banda de Count Basie llegó a Nueva York, su saxofonista, Lester Young, se fue a vivir a la casa de la madre de Billie Holiday en Harlem. Inmediatamente surgió la complicidad entre ellos, una compenetración que iba más allá del amor. Ella de voz rota y él de suave terciopelo en el saxofón parecía calmar el dolor que ella expresaba en cada nota. Allí él la bautizó como “Lady Day” por su elegancia y ella a él como “Pres” por considerarle el presidente del saxofón. Durante algunos años actuaron juntos y grabaron cerca de 30 discos, pero, a pesar de su cariño y afinidad, Lester y Billie nunca fueron pareja. Después llegó la guerra, las drogas, la cárcel y sus caminos se separaron. 

Hasta que el 8 de diciembre de 1.957, casi veinte años después, en los estudios de la CBS fueron invitados a la grabación de un programa especial: The sound of jazz. 

En una de las actuaciones se encontraron de nuevo Billie y Lester. No se hablan desde hace años y durante los ensayos no se dirigen la mirada, se evitan. Billie canta el blues “Fine and Mellow”. Y entonces llegó el turno de Lester. 

Antes siempre hacía los solos de pie, a pesar de que en Kansas City el espacio era tan reducido que tenía que tocar con el saxofón inclinado 45 grados, inclinación que se convertiría en leyenda y que seguro que todos la visualizáis cuando pensáis en un saxofonista de jazz. Ahora es evidente que está enfermo, y a duras penas logra levantarse de la silla. El solo de “Pres” es un emocionado mensaje de amor, tristeza y melancolía. Lady Day contempla a su antiguo amigo y su rostro, que las cámaras no pueden dejar de enfocar, se ilumina y sonríe, y nos muestra el recuerdo que atesora, de complicidad y cariño, de una nostalgia infinita. Tal vez fue el último, tal vez el único momento de felicidad en la vida de Billie Holliday.
 
Quince meses después, en marzo del 59, Lester murió y en el camino al funeral Billie Holiday 
dijo que pensaba que sería la próxima. Y así fue, murió menos de cuatro meses después. 

Fijaos la energía con la que comienza a tocar Coleman Hawkin a los cincuenta segundos y con qué suavidad entra Lester Young (a partir del minuto 1,30) y cómo le cambia la cara a Billie. Es un momento maravilloso, que pone la piel de gallina. Imposible no sobrecogerse al pensar en lo que habían vivido. 





viernes, 15 de mayo de 2020

13. Café con Billie Holiday (1915-1959) La voz más desgarradora del jazz.


Su madre trabajaba como criada en una casa de blancos, y cuando se enteraron de que estaba embarazada la echaron. Sin dinero ni sitio a donde ir tuvo que llegar a un acuerdo con la directora del hospital para que la dejaran dar a luz. Debía limpiar los suelos y ayudar a las otras parturientas mientras estuviera allí. Así fue como el 7 de abril de 1915, con 13 años, dio a luz a un niñita que con el tiempo se convertiría en una de las intérpretes de jazz más admiradas de la historia por su increíble pasión y estilo al cantar. Su nombre era Eleanora Fagan, aunque sería conocida como Billie Holliday. Ni al nacer ni al morir tuvo un paso digno por el hospital. Poco se sabe con certeza de su vida, ya que la autobiografía que dictó en 1956 parece un poco fantasiosa. Su mala suerte la traspasa incluso a los que se le acercan: una admiradora suya, Linda Kuehl, escribió un libro sobre ella en los años 70, pero la editorial se negó a publicarlo, así que se desesperó y se suicidó en 1979, tras ir a un concierto de Count Basie, el antiguo jefe de Billie… 

Su vida estuvo marcada por la tragedia desde el mismo comienzo, abandonada por sus padres a corta edad, la cuidan sus abuelos que la maltratan, tiene que trabajar desde los 10 años en lo que puede. Después vinieron acusaciones de prostitución, reformatorios, alcohol, drogas, racismo, cárcel, desengaños amorosos, rehabilitación y, finalmente la muerte, por una infección renal a los 44 años, esposada y acusada de consumir heroína mientras agonizaba casi abandonada en un hospital. 

Comenzó a cantar en un bar a los 13 años y fue ahí donde decidió cambiarse el nombre. A los 16 la escucha Benny Goodman que le propone grabar un disco, y poco después conoce a Lester Young su gran amor no correspondido (esta historia la contaré en el próximo café, el lunes)

Cantó como nadie a la tristeza, que conocía tan de cerca, y su desgarradora voz, inspirada en Bessi Smith y la trompeta de Armstrong, hizo que canciones aparentemente insulsas como “Strange fruit” fueran consideradas la mejor canción del siglo XX por la revista en 1999.
La primera vez que se interpretó "Strange fruit" en un garito nadie aplaudió. Segundos antes de terminar la canción, cuando la intérprete pronunciaba las dolientes últimas palabras (“esta es una extraña y amarga cosecha”), las luces del Café Society neoyorquino, con capacidad para 200 personas, se apagaron. Instantes después se encendieron, pero la cantante había desaparecido. Billie estaba vomitando en el pequeño aseo del local, sobrecogida después de su estremecedora interpretación. Los espectadores intentaban recuperar el aliento tras asistir a aquella desgarrada actuación. Fue una pieza breve, solo tres minutos que cambiaron para siempre la historia del jazz. 
Era 1939 y Billie Holiday ya había hecho de su voz un lamento vocal con una hondura emocional mágica, con una sensibilidad en el fraseo realmente única e irrepetible. Se dice que nadie como ella pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras "love" o "baby". Fijaos en esta increíble interpretación de esa canción Strange fruit. 
La letra de Strage fruit tiene solo tres estrofas, profundas, dolientes:
 
"De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. 
Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. 
Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. 
Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur. 
Los ojos saltones y la boca retorcida. 
Aroma de las magnolias, dulce y fresco. 
Y el repentino olor a carne quemada. 

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. 
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire, para que el sol la pudra, para que los árboles lo dejen caer.
Esta es una extraña y amarga cosecha"



miércoles, 13 de mayo de 2020

12. Café con Jerome Kern (1885-1945)




En ocasiones la vida te da una segunda oportunidad. Hay quien la aprovecha y hay quien sigue desperdiciando su vida. 
Así le sucedió a Jerome Kern. 

Cuando tenía 30 años, debía viajar desde Nueva York a Londres con su empresario y editor, pero aquella noche estuvo jugando al póker hasta la madrugada y se quedó dormido. De haber sido más formal, probablemente también hubiera muerto en el hundimiento del Lusitania, en 1915, pero el destino quiso que Jerome Kern siguiera viviendo y componiendo inolvidables canciones para musicales y películas, cosechando éxitos y premios, incluso después de su muerte, el 11 de noviembre de 1945. Para entonces ya había compuesto más de 700 canciones y más de 100 partituras completas para programas de televisión, radio y cine.  

Uno de sus temas más famosos es la maravillosa canción “The way you look tonight”, que compuso para la película de 1936, Swing Time, originalmente interpretada por Fred Astaire y con la que ganó el premio de la Academia a la mejor canción. 

La autora de la letra, Dorothy Fields, confesó más tarde: "La primera vez que Jerry tocó esa melodía para mí, tuve que salir de la habitación y empecé a llorar. La interpretación absolutamente me emocionó. No podía parar, era tan hermosa..."
Espero que a vosotros también os emocione esta delicada canción, en la voz de su primer intérprete, Fred Astaire, aunque también podéis encontrar muchas otras versiones de este inolvidable estandar americano. 




lunes, 11 de mayo de 2020

11. Café con Puccini.


Puccini estaba devastado y avergonzado por todo lo que sucedió entre 1908 y 1909. Su esposa Elvira aseguraba que había sorprendido a Puccini con la criada, una joven de 23 años hija de un amigo que falleció cuando ella tenía 14 años y que llevaba nueve a su servicio. No sólo hizo que la despidiera si no que la iba insultando cada vez que se cruzaba por la calle durante varios meses. Un día, Doria, tras sufrir otro ataque por la calle, regresó a su casa abatida y, al no poder soportar la vergüenza y las miradas inquisitivas de sus vecinos se suicidó ingiriendo unas pastillas corrosivas que usaba para limpiar. Estuvo cinco días agonizando, sufriendo una muerte horrible. 

Al hacerle la autopsia se descubrió que Doria era virgen. ¿Por qué se suicidó realmente si era inocente de la acusación? La familia indignada denunció a Elvira que tuvo que huir del pueblo, mientras que Puccini los convenció de retiraran los cargos a cambio de una importante suma de dinero.  

Toda esta historia afectó el ánimo de Puccini, que, hundido, decidió abandonar la ópera en la que estaba trabajando, “La chica del Oeste” (La fanciulla del west) y no escribe ni una nota en varios meses, asegurando que se le aparecía la cara de la joven entre los pentagramas. 

Es sabido que Puccini solía basar sus personajes femeninos en las mujeres que lo rodeaban (frecuentemente amantes). Siguiendo esta premisa es fácil descubrir que Doria, una joven tímida y bajita (aunque muy guapa) no encaja con el personaje de la ópera que estaba escribiendo, una mujer alta, delgada, valiente y decidida que monta a caballo. Pero sí hay otra persona en el pueblo muy cercana que sí se parece a este personaje: la prima de Doria, Giulia Manfredi. 

Pues bien, resulta que Giulia tuvo un hijo que sacó del pueblo al poco de nacer. Hace diez años se encontró en un baúl olvidado varios miles de cartas de Puccini dirigidas a Giulia en las que se habla del hijo (que se parece mucho a Giacomo) y se refiere la triste historia de Doria. Al parecer, Doria hacía las veces de mensajera entre los amantes y Elvira, que sospechaba algo, creyó que era ella la amante. Pobre desdichada, por no delatar a su prima acabó muriendo horriblemente

Algunos estudiosos aseguran que la pobre Doria aparece en la última ópera de Puccini, Turandot, en el personaje de la criada Liú, cuya muerte como sacrificio por el hombre al que ama en silencio fue cantado de forma irrepetible por la gran Montserrat Caballé. 



jueves, 7 de mayo de 2020

10. Café con Scott Joplin






Imagina que estamos en 1950. 
En mi anterior vida visité Venice en California y entré en una vieja peluquería para afeitarme. Me extrañó ver un instrumento musical en una barbería así que le pregunté al dueño que qué hacía allí aquel viejo piano vertical. Éste suspiró y, después de cerrar la tienda y los ojos, se dejó caer en su sillón no sabría decir si cansado o nostálgico, y me contó una historia increíble. 

Todo comenzó cuando tenía unos catorce o quince años, allá por 1898. Entonces no era barbero. Tocaba en una tienda de instrumentos musicales de Oklahoma para ganarse algún dinero. 

Un día, un hombre impecablemente vestido se le acercó, le puso una partitura manuscrita delante y le dijo “¿podrías tocar esto?” Aquel chaval quedó fascinado por el ritmo y la energía que le transmitía aquella desconocida música que se titulaba “Maple leaf rag” y, excitado, le preguntó al desconocido quién había escrito aquello. Le habló entonces de un compositor llamado Scott Joplin que vivía en Sedalia (Missouri). Entonces tomó la determinación de ir a conocerlo como fuera y conseguir que le diera clases. 

Cuando llamó a la puerta de la casa que le habían indicado se encontró con el mismo hombre que le mostró el manuscrito meses atrás. Era el mismo compositor que aún no había publicado aquella obra con la que alcanzaría uno de los pocos éxitos que obtuvo en vida. Se presentó y le rogó que le diera clases. Su nombre era Brun Campbell, y fue su único alumno blanco. 

Unos años después, Brun (cuyo nombre completo es Sanford Brunson Campbell) se casó y se estableció en Venice, California, dedicándose a la barbería para ganarse la vida hasta que un día se enteró de que su maestro había fallecido en la miseria y que su viuda estaba pasando penalidades, así que la llamó y trató de ayudarla económicamente para lo que le propuso comprarle el piano. ¡De modo que ese era nada menos que el piano de Scott Joplin! 

Además pensó en la cantidad de dinero que podrían generar los derechos de autor, así que dedicó los siguientes años a escribir libros sobre ragtime y a grabar en la misma barbería toda la obra de aquel pianista genial que había muerto de la manera más triste, sin conocer apenas el éxito, y cuya obra más conocida se titulaba “The entertainer” y que ahora es más famosa por aparecer en la película El golpe, con los gigantes Robert Redford y Paul Newman. 

Además me contó la desgraciada historia de Scott Joplin, aquel pobre chico negro, hijo de un esclavo liberto y de una afroamericana nacida libre, que creyó que podría alcanzar el éxito en un mundo de blancos escribiendo obras musicales de la misma calidad. 

Pero el público racista de su época estaba dispuesto a aceptar a un chico negro que toca alegres ragtimes en los bares, pero no a uno que intentara escribir y estrenar una ópera en Nueva York, algo que sólo estaba permitido a los blancos. 

Después de estar tres años orquestando y tratando de estrenarla sin éxito, el fracaso le pasó factura. Agotado y presa de la desesperación, su estado mental se alteró con rasgos de esquizofrenia y fue abandonado por familiares y amigos, falleciendo unos meses después con tan solo 48 años, en abril de 1917, justo el año en que el jazz comienza a difundirse por todo el mundo desde Nueva Orleans.


lunes, 4 de mayo de 2020

9. Café con Johannes Brahms (1833-1897)

                                  Johannes Brahms     //               Clara    y     Robert Schumann

Esta es una historia triste, una historia que termina en Viena, en el otoño de 1893, pero que había comenzado cuarenta años antes. 

A mediados de ese lluvioso mes de noviembre de 1893, un hombre de sesenta años se sienta en la silla de su piano en la sala de estar, tranquilo y silencioso mientras observa una partitura. Parece absorto en sus pensamientos. Son recuerdos de hace cuarenta años. Con ellos acaba de escribir la que será (él no lo sabe, lógicamente) su penúltima pieza para piano. En ella cuenta la historia de amor que pudo ser pero no fue, la relación ejemplar que mantuvo durante toda su vida con la esposa de su “venerado maestro”. El amor y la admiración fue mutuo pero ella sentía devoción por su esposo incluso después de su muerte en un manicomio, como queda reflejado en esta obra. 

Así se inicia el intermezzo Op. 118 nº 2 de Brahms, con una melodía celestial, ligera, pura y repetitiva, como una sencilla llamada de atención. 

Clara y Johannes a menudo se escribían para intercambiar impresiones sobre música, sus viajes y experiencias. Más tarde estuvieron de acuerdo en destruir todas las cartas, pero Clara conservó algunas de ellas muy apreciadas. En una de estas misivas, Brahms declara su amor secreto a Clara. Ahí comienza el diálogo central. 

Dos voces (mano derecha y mano izquierda) que se funden y cantan juntas, la voz inferior se vuelve eco y trata de imitar a la voz superior, parece querer decir lo que dice en una de esas cartas: 

    «Desearía poder escribirte tan tiernamente como te amo, y decirte todas las cosas buenas que te           deseo. Eres tan infinitamente querida para mí que apenas puedo expresarlo. Desearía llamarte             querida mía y muchos otros nombres, sin dejar nunca de adorarte» 

Pero Clara… Clara elige mantenerse fiel a su esposo, aun conservando la amistad con este joven que tanto le gustaba. De manera angelical, como los acordes de un órgano durante una oración, Clara repite el elemento temático, pero este tono religioso demuestra su lealtad a su amado esposo Robert... dejando a Brahms en un fuerte conflicto entre su profundo respeto por el matrimonio Schumann, y su amor por Clara. Una variación del tema, interpretada con gran agitación e insistencia, y luego el regreso al tema principal, en forma ABA, permite que la pieza vuelva a su identidad principal genuina. 

La última llamada de Brahms resuena, con aún más desesperación y énfasis que nunca, antes de desaparecer al final, ensimismada… como un hombre sentado en una tarde lluviosa absorto en sus pensamientos, en sus recuerdos, en lo que pudo ser… y no fué.

Espero que os guste esta versión de Radu Lupu. Ojalá pronto pueda tocar esta maravillosa pieza para vosotros en el instituto.





lunes, 27 de abril de 2020

8. Café meditativo con Jules Massenet (1842-1912)





Sybil Sanderson (1864-1903) era una soprano californiana afincada en París que apenas tenía 22 años cuando conoció a Jules Massenet en unos salones de Paris. Fascinado por su belleza y sus grandes dotes vocales él le escribió “Esclarmonde” convirtiéndola en una estrella de la noche a la mañana. 

Pocos años después (1894) surgió el proyecto de la ópera Thaïs, sobre el intento de conversión de la cortesana (prostituta) más famosa de Alejandría, que acaba con todo lo contrario: la desconversión del monje cenobita, que subumbe ante sus encantos, aunque ella finalmente se arrepiente y muere en un convento con la esperanza de haberse ganado el paraíso. 

Esta meditación-transformación final de la santa es quizá uno de los pasajes más famosos de Massenet y no es para menos. A partir del minuto 5,40 te deja sin aliento, en 8,40 no puedo dejar escapar una lágrima siempre que lo oigo, y el final, cuando muere, es de un dramatismo extraordinario.
Su aparente sencillez, la delicadeza del violín, sirven perfectamente a la expresión emocional y descubren el enorme talento de Massenet para la escena.
Una delicia. 

Se cuenta de la auténtica Thaïs que después de su conversión y aceptación en la Iglesia, entró en una celda conventual con provisiones para tres años, y durante ese tiempo hizo penitencia por sus pecados. Cuando salió después, se dice que vivió entre las monjas del desierto egipcio sólo durante quince días, y que después murió. Otras fuentes dudan de la veracidad de la existencia de la santa y se inclinan por creer que se trata de una leyenda moralizante. 

El final de la cantante Sybil Sanderson tampoco fue muy feliz. Su vuelta a los escenarios tras un fallido matrimonio no tuvo buena acogida lo que la condujo al abismo de la bebida. Sus últimos años estuvieron marcados por la depresión, el alcoholismo y la enfermedad. Murió en París de una gripe maligna como la que nos asola en la actualidad (neumonía), con tan sólo treinta y ocho años. 

En cualquier caso, la belleza de esta música, como complemento de la voz maravillosa de René Fleming, me parece sublime. Espero que os guste escena de la ópera Thäis de Massenet (como notaréis, Massenet era frances, así que esta ópera no está en italiano, si no en francés).


lunes, 20 de abril de 2020

7- Café con Bellini (1801-1835)



Se cuenta una historia sobre el compositor de óperas Vincenzo Bellini, cuyo final cuesta creer, pero que es, como mínimo, sobrecogedora.

Resulta que en 1822, cuando aún era estudiante, Bellini se convirtió en maestro de canto de la hija del ilustre señor Fumaroli, la bellísima Maddalena.
Naturalmente en cuanto se conocieron los veinteañeros se enmoraron perdidamente.
Como suele suceder en estos casos, el romance era de dominio público y sólo los padres de la chica desconocían la existencia de la pasión surgida entre ambos. 
Pasaron unos años y después del estreno de su primera ópera, Adelson e Salvini (1825), acogida con considerable éxito, Bellini se armó de valor y pidió la mano de su amada, pero los padres de Maddalena quedaron sorprendidos por el atrevimiento del joven músico, rechazaron la propuesta y le prohibieron volver a visitar a su hija.
La desesperación se apoderó de los amantes, pero Bellini estaba convencido de que antes de que escribiera 10 óperas los padres de la chica estarían orgullosos de ofrecerle su mano y ambos juran ser fieles el uno al otro y unirse después de la décima ópera, muertos o vivos. 


Bellini marchó a Milán en 1827 y, como predijo, los padres de Maddalena Fumaroli no esperaron a su décima ópera para aceptar la antigua petición de mano.

Tras el apoteósico éxito de La sonnambula (1831), Bellini recibió una carta de su amada que le informaba de que su padre había dado el consentimiento a su unión. Ahora podrían casarse en cuanto regresara.
La misiva sorprendió a Bellini cuando se hallaba volcado en la creación de una nueva ópera titulada Norma, y lo que es peor, envuelto en un romance con una mujer casada, Giuditta Turina. Bellini no acababa de decidirse. En una fría carta enviada a Maddalena, Vincenzo prometía que después del estreno de Norma regresaría a Nápoles para resolver los asuntos pendientes.

Pero ese viaje no se produjo jamás.

La pobre Maddalena siguió esperando y esperando, enviando cartas a su único amor, hasta que en 1834 murió y en su última carta recordó al compositor que habían pactado que “después de su décima ópera ellos se unirían en la vida o en la muerte”. 
Esta carta llegó a Bellini y al leer sus últimas palabras escritas y la noticia de su muerte, causaron una terrible impresión en Bellini, que enfermó de tristeza.

Cuenta la leyenda que Bellini fue perseguido por el fantasma de Maddalena, el cual se aparecía en forma de paloma blanca cuando caía la noche en su dormitorio. En el momento en el que Bellini puso la doble barra final a su siguiente ópera I puritani, la paloma salió de la partitura, suspiró 10 veces y desapareció.

Bellini murió unos meses después del estreno de I Puritani, precisamente... su décima ópera.

Os dejo con el aria más famosa de su ópera "Norma", que se titula Casta Diva, en una espectacular versión de Anna Netrebko, quizá no tan pura como la cantaba María Callas, pero igualmente hermosa.


jueves, 16 de abril de 2020

6- Café con Chopin y Marie Pleyel




Mucha gente sabe que este famoso y hermosísimo nocturno fue dedicado a Marie-Felicité Pleyel, la esposa del heredero del constructor de pianos, pero quizá no sea tan conocido el hecho de que estuvo a punto de ser asesinada unos meses antes de conocer a Chopin.

Marie-Felicité fue considerada la mejor pianista del siglo XIX, pero su vida casi acaba trágicamente debido a las maquinaciones de su madre, y quien sabe si con ella la composición de este bello y conocidísimo pasaje pianístico.

Ella estaba prometida con Hector Berlioz cuando a éste le concedieron el premio de Roma, por lo que se ausentó varios meses de París, ocasión que aprovechó la madre de ella para obligarla a casarse con el pianista y rico fabricante de pianos Camille Pleyel (por cierto, 23 años mayor que ella, y de quien se separaría tan sólo cuatro años más tarde).

Entonces Berlioz, loco de celos, se disfrazó de mujer y abandonó Villa Medici con la intención de viajar a París y matar a su suegra, a Marie, a Camille y suicidarse después. Afortunadamente, al llegar a Niza fue persuadido por sus amigos y abandonó la idea. Durante toda su vida guardó un feroz y patológico odio hacia ella, llegando a boicotearle varios conciertos y publicando panfletos ofensivos en diversos periódicos parisinos, quedando al final en ridículo él mismo al ser tan evidentes sus maliciosas intenciones.

Parece que incluso sus celos lo llegaron a enfermar, perdurando su resentimiento hasta 1856, cuando un hecho trágico le hizo calmarse un poco: la muerte de la hija de Marie Pleyel, Camille Louise Pleyel, a la edad de 20 años.

Tragedias y despechos aparte, Chopin también sucumbió (como todos los hombres que la conocieron) a los encantos de esta talentosa, bellísima e inteligente mujer y le dedicó esta serie de nocturnos inmortales.


domingo, 12 de abril de 2020

5- Café con María Callas


Café con Callas

Cada vez que vuelvo a la historia de esta diva me parece más triste, más injusta la vida. 
Era diciembre de 1958 y Aristóteles Onassis llevaba casi dos años pensando en aquella mujer que lo había hechizado con su personalidad dentro y fuera del escenario. Todo el mundo la adoraba, pero él era coleccionista de joyas y ella debía estar en su vitrina. Así que decidió pasar al ataque esa tarde después de la velada benéfica que celebraban en París: Aristo (como le llamaban) le llenó el camerino y su casa de rosas rojas, algo que no levantó sospechas, pues era habitual que los incondicionales le enviaran regalos para demostrar su admiración. 

Ambos estaban casados (él tenía dos hijos), pero eso nunca resultó un problema para el hombre más rico del mundo por aquel entonces. De hecho su matrimonio con Athina Livanos sólo había tenido el objetivo de permitirle entrar en el selecto club de los grandes armadores griegos, los ricos constructores de barcos. Unos meses después de aquello, invitó al matrimonio a un crucero en su lujoso yate, pero ella puso excusas diciendo que tenía la agenda repleta y que debía marcharse a Londres a unas funciones en el Covent Garden. Él le replicó que iría a Londres a por la respuesta. Vaya si fue. Le organizó una fiesta por todo lo alto y… la convenció. 

Su marido, que ya empezaba a olerse el pastel trató de poner todos los obstáculos posibles, pero María ya estaba convencida y enamorada hasta el tuétano, se compró ropa para el crucero, en el que iban personajes ilustres como Sir William Churchill, y se embarcó el 22 de julio. Al principio la relación era discreta, con largas charlas nocturnas cuando ya todos se habían acostado, pero en poco tiempo se cogían de la mano delante de todos. Su marido, Giovanni Meneghini, 30 años mayor que ella y principal artífice de su éxito, estaba todo el día mareado vomitando, y cuando se reponía trataba de ponerla celosa flirteando con las otras invitadas, pero sólo conseguía ponerse en ridículo y ganarse el apodo de Meningitis. 

Onassis sólo pensaba en tenerla como amante, conservando su matrimonio y sus hijos, pero ella estaba obsesionada con casarse y tener hijos con él. Sea como fuera los dos matrimonios quedaron destrozados en ese crucero. 

Pero no sólo los matrimonios. 

Sus vidas no volvieron a ser las mismas: ella dejó de cantar, se cortó el pelo porque él se lo pidió, se quitó las gafas porque él se lo pidió… en los siguientes seis años se fue diluyendo la gran María Callas de la que apenas quedó nada salvo su relación con Aristóteles Onassis. A los nueve meses de aquello dio a luz un niño que murió a las dos horas de nacer, y con él, las esperanzas de ella de tener una familia con el único hombre que la amó como persona y no por su talento y su voz. 

O al menos eso creía ella…
La pobre María Callas, que de niña había pasado el trauma de ser gordita y fea, que fue maltratada por su esposo y abandonada por su gran amor que le negó el matrimonio, pasó los últimos años de su vida recluida en un apartamento de París, tomando pastillas para soportar la tristeza y la soledad hasta que su corazón se paró en 1977 con tan sólo 53 años.

Así cantaba en su mejor época, unos años antes de dejarse seducir por Onassis.