Gershwin se había convertido en el compositor más famoso de Estados Unidos y pretendía escribir la auténtica música americana mezclando el estilo del jazz con la orquestación europea de los clásicos. Así que fue a París a estudiar composición con los grandes maestros.
Primero intentó que le diera clases Stravinsky, pero se negó. La conversación fue breve:
Stravinsky: - ¿Cuánto dinero ganó usted el año pasado?
Gershwin: - 200.000 dólares,
Stravinsky: - ¡Entonces soy yo el que debería tomar clases de usted!
Ante la negativa de Stravinsky lo intentó con Ravel, pero también rechazó darle clases alegando que perdería su genial espontaneidad melódica para tratar de ser un mal imitador de Ravel.
Así que regresó a América y siguió componiendo canciones con las que ganaba muchísimo dinero. Era tan rico que se compró un edificio entero para darle una
casa a su familia, pero luego, como había tanto ruido y bullicio se iba a un
hotel que había enfrente de su casa para poder componer a gusto. Tenía alquilada
la suite principal todo el año.
Sin embargo, todo empezó a tambalearse a comienzos de 1937, cuando comenzó a experimentar dolor de cabeza, mareos y desmayos. Los análisis no revelaron ninguna causa aparente, pero el dolor de cabeza se incrementó con mayor frecuencia y severidad hasta que el 9 de julio Gershwin colapsó en un estado de coma y le fue diagnosticado un tumor cerebral. La Casa Blanca envió dos destructores para que trajeran de su yate, en la Bahía de Chesapeake donde se encontraba de vacaciones, a uno de los más prominentes especialistas de cerebros. Con el tiempo necesario, el Dr. Dandy alcanzó el aeropuerto Newark en su camino a Hollywood; sin embargo, los cirujanos locales decidieron que era necesario operarlo y comenzaron antes de que llegara. Gershwin nunca se despertó de su coma y falleció el 11 de julio de 1937, a dos meses y medio de cumplir los 39 años, silenciando prematuramente a una de las voces musicales estadounidenses más frescas y creativas. El novelista John O’Hara resumió la actitud de muchos estadounidenses, quienes se rehusaron a creer que Gershwin hubiera muerto cuando dijo: «No lo creeré si yo no quiero».
Se encontraba rodando la película The Goldwin follies cuando sufrió el último colapso. La última canción que incluyó (el resto de la banda sonora fue completada por Vernon Duke) es esta deliciosa melodía que escribió en 1930, a la que su hermano Ira puso letra expresamente para una escena del film. A George no le gustó, porque decía que la melodía, que era brahmsiana, merecía mejor texto, pero el caso es que la pieza fue un éxito. Ha sido grabada incluso por artistas clásicas como Te Kanawa o Leontine Price, pero yo sigo prefiriendo la dulzura melosa de la voz de Ella.
...El amor llegó y, sin decir una palabra, supe que me dijo "hola"...
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