Cuenta la leyenda que todo el que escucha esta canción acaba con su vida, tal es la tristeza que provoca su melancólica melodía y su depresiva letra.
Semejante barbaridad circulaba por los periódicos de los años treinta a raíz de algunos suicidios en los que aparecía la partitura de esta canción en los bolsillos de algunos de ellos. Una posible explicación es que esta canción era muy popular en los años de la gran depresión y es normal que en esa época los suicidios aumentaran. El caso es que fue prohibida en varios países durante algún tiempo.
La leyenda también dice que su autor la escribió en París en una fría y triste mañana de domingo de 1932 y se la dedicó a una joven que había conocido y de la que se enamoró perdidamente. La joven, al leer la partitura se cortó las venas y su autor, roto de dolor también decidió acabar con su vida. Pero esta leyenda tampoco es cierta, al menos en parte, ya que no hay constancia de que conociera a nadie en París ni le dedicara la canción, aunque su autor, el húngaro Rezsö Seress, sí acabó suicidándose en 1968, con 79 años, tras treinta años de miserias y pobreza en su Hungría comunista, mientras que en Estados Unidos, los derechos por su exitosa canción se iban acumulando en una cuenta que la sociedad de autores había abierto a su nombre.
Por estupidez o coherencia política (era un convencido comunista) jamás reclamó ese sucio dinero capitalista con el que se hubiera convertido en uno de los hombres más ricos de su país.
Es uno de los temas que aparecen al comienzo de la triste película de Spielberg “La lista de Schindler” y cuenta con versiones para todos los gustos. Por supuesto, tanto Billie Holiday como la gran Sara Vaughan versionaron este tema de manera genial, pero a mi me gusta muchísimo el clasicismo elegante de Hildegarde, más parecido a la versión que suena en la película de Spielberg.
Espero que sólo os provoque, como a mí, sentimientos de placentera calma, en este domingo gris, lluvioso y algo fresco, más otoñal que propio de la primavera en la que estamos.
La letra de esta versión es una traducción prácticamente literal del húngaro al inglés, realizada en 1936 por el británico Desmond Carter, y dice así:
Triste domingo:
"Con tristeza un domingo esperé y esperé con flores en mis brazos.
Al sueño que había creado esperé hasta que los sueños como mi corazón, se rompieron.
Las flores habían muerto y quedaban palabras por decir.
El dolor que ya conocía iba más allá que cualquier consuelo.
El latido de mi corazón era una campana que doblaba el más triste de los domingos.
Así llegó un domingo en el que viniste a buscarme.
Cargaron conmigo hasta la iglesia y te dejé atrás.
Mis ojos no pudieron ver al único que quise que me amara.
La tierra y las flores descansan eternamente sobre mí.
La campana dobló por mí y el viento susurró “¡nunca!”
Pero a ti te amé y siempre te bendeciré el último de todos los domingos."
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