miércoles, 3 de junio de 2020

22. Café con Astor Piazzolla (1921-1992)






Después de la muerte de Carlos Gardel, el tango cae en una especie de letargo, y apenas suena fuera de Argentina, pero poco tiempo después aparece una figura que lo revitaliza y le da el impulso que lo hace internacional. 

Su nombre es Astor Piazzola, y al igual que Gershwin unos años antes, intenta ir a París a que le enseñen en el conservatorio, pues él es un músico casi autodidacta, formado en los arrabales de Buenos Aires y en Nueva York a donde se fue su padre a trabajar cuando él era niño. 
Al igual que al norteamericano, una profesora de París (Nadia Boulanger, de la que os hablé con el libro), lo convence de que deje de pretender ser un compositor clásico y se dedique a lo que realmente sabe hacer, que es componer y tocar tangos. 

“Yo pensaba que era una basura porque tocaba tangos en un cabaret y resulta que yo tenia una cosa que se llama estilo”. Ese estilo porteño, junto al verso evocador del poeta Horacio Ferrer que le hacía las letras, me vuelve loco y os recomiendo que lo escuchéis por internet. 

Pero hoy os quiero hablar de otra obra suya.

Precisamente estando en París, en 1954 escribe una obra que dedica a su padre, don Vicente Piazzolla, al que llamaban Nonino, y que hace mucho tiempo que no ve. La obra, alegre y descriptiva, la titulará Nonino. 
Lo que no imaginaba Astor es que sólo cinco años más tarde, en 1959, durante una larga gira por toda América, en medio de una pequeña crisis existencial y económica que le causaría angustia y melancolía, le llegaría otra noticia que le añadiría más desánimo, la noticia de la muerte de su padre. 
Se encontraba en ese momento en Centroamérica, tratando de digerir el desastroso viaje a Nueva York que supuso un fracaso, emocional, económico y personal, de ahí su inquietud. 
Y, por si fuera poco, allá lejos en la Argentina, su padre había fallecido. Ya no podría volver a hablar con él, a cantar con él. 

Entonces, desolado, toma la obra que le había dedicado años atrás y la reescribe, conservando la rítmica, reacomodando las secciones y añadiendo un tema B con un prolongado y melódico fragmento de notas largas, dolorosas, en las que subyace el profundo y angustioso lamento. Es el llanto contenido del hijo que, en la distancia, se manifiesta en ese triste pasaje que titulará Adiós, dando como resultado una obra inmortal: “Adiós, Nonino” 

Tal y como escribió Gaspar Astarita “el artista, sin lágrimas, lloró esa noche, pero a través de su arte. Y dejó para la historia de la música argentina una de sus más bellas e imperecederas páginas”.

Prestad atención a cómo la obra, que es binaria (ABAB) comienza con progresiones muy alegres y rápidas, y cómo en la parte B aparece el doloroso lamento del Adiós.
Esta es una de las obras que más me gustan de Piazzola, pero la que más me gusta os la traeré al café de pasado mañana. Ya veréis.
Mientras tanto, espero que esta también os guste. 

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