domingo, 31 de mayo de 2020

20. Café con Rezso Seress (1889-1968)






 
Cuenta la leyenda que todo el que escucha esta canción acaba con su vida, tal es la tristeza que provoca su melancólica melodía y su depresiva letra. 

Semejante barbaridad circulaba por los periódicos de los años treinta a raíz de algunos suicidios en los que aparecía la partitura de esta canción en los bolsillos de algunos de ellos. Una posible explicación es que esta canción era muy popular en los años de la gran depresión y es normal que en esa época los suicidios aumentaran.  El caso es que fue prohibida en varios países durante algún tiempo. 

La leyenda también dice que su autor la escribió en París en una fría y triste mañana de domingo de 1932 y se la dedicó a una joven que había conocido y de la que se enamoró perdidamente. La joven, al leer la partitura se cortó las venas y su autor, roto de dolor también decidió acabar con su vida. Pero esta leyenda tampoco es cierta, al menos en parte, ya que no hay constancia de que conociera a nadie en París ni le dedicara la canción, aunque su autor, el húngaro Rezsö Seress, sí acabó suicidándose en 1968, con 79 años, tras treinta años de miserias y pobreza en su Hungría comunista, mientras que en Estados Unidos, los derechos por su exitosa canción se iban acumulando en una cuenta que la sociedad de autores había abierto a su nombre. 

Por estupidez o coherencia política (era un convencido comunista) jamás reclamó ese sucio dinero capitalista con el que se hubiera convertido en uno de los hombres más ricos de su país. 

Es uno de los temas que aparecen al comienzo de la triste película de Spielberg “La lista de Schindler” y cuenta con versiones para todos los gustos. Por supuesto, tanto Billie Holiday como la gran Sara Vaughan versionaron este tema de manera genial, pero a mi me gusta muchísimo el clasicismo elegante de Hildegarde, más parecido a la versión que suena en la película de Spielberg. 

Espero que sólo os provoque, como a mí, sentimientos de placentera calma, en este domingo gris, lluvioso y algo fresco, más otoñal que propio de la primavera en la que estamos. 

La letra de esta versión es una traducción prácticamente literal del húngaro al inglés, realizada en 1936 por el británico Desmond Carter, y dice así: 

Triste domingo:

"Con tristeza un domingo esperé y esperé con flores en mis brazos. 
Al sueño que había creado esperé hasta que los sueños como mi corazón, se rompieron. 
Las flores habían muerto y quedaban palabras por decir. 
El dolor que ya conocía iba más allá que cualquier consuelo. 
El latido de mi corazón era una campana que doblaba el más triste de los domingos. 
Así llegó un domingo en el que viniste a buscarme. 
Cargaron conmigo hasta la iglesia y te dejé atrás. 
Mis ojos no pudieron ver al único que quise que me amara. 
La tierra y las flores descansan eternamente sobre mí. 
La campana dobló por mí y el viento susurró “¡nunca!” 
Pero a ti te amé y siempre te bendeciré el último de todos los domingos." 


viernes, 29 de mayo de 2020

19. Café con Gershwin (II)






La primera idea era escribir 24 preludios que unieran la música clásica con el naciente y fascinante estilo del jazz, imitando lo que hizo Johann Sebastian Bach en su libro del Clave Bien Temperado, o Chopin con sus 24 estudios (uno para nota cromática de la escala: 12 notas en tono mayor y otras 12 en tono menor) pero luego rebajó su pretensión a diez, ocho, siete… Para su estreno, unos meses antes de su publicación, se anunciaban como “seis nuevos preludios para piano” (aquello fue el 29 de noviembre de 1926, en un hotel de Nueva York, junto con una versión a cuatro manos de la Rhapsody in blue). Pero parece ser que sólo interpretó cinco.

 Y finalmente se publicaron sólo tres. Pero qué tres preludios…

La verdad es que tardó más de tres años en decidirse, y eso hizo que por el camino le surgieran otros compromisos para los que aprovechaba algunas ideas tomadas de esos preludios. Unos se convertirían en canciones, otros en un par de piezas para piano y violín, incluso el Concierto en Fa tiene su origen en uno de esos preludios. La verdad es que les sacó mucho partido. Pero al final, sólo fueron tres los elegidos para formar ese magistral trío de preludios que Gershwin dedicó a su gran amigo, el compositor, arreglista y orquestador Bill Daly (el señor con gafitas de la foto), a quien acudía permanentemente para pedir consejo y revisar sus orquestaciones.  Eran amigos desde hacía casi 10 años y aún seguirían juntos otros diez, hasta que una tarde de 1936 un infarto acabó con la vida de su colega, que entonces tenía 48 años. Gershwin, diez años menor, sólo le sobreviviría nueve meses. Como ya contamos ayer, murió de un derrame cerebral con tan sólo 38 años.

Se han realizado muchas versiones y transcripciones de estos tres preludios, pero a mí me gusta especialmente la versión para violín que grabó en 1945 Jascha Heifetz y que podéis escuchar en internet. Os dejo mi propia versión del Preludio 1 de Gershwin. 

Espero que os guste. 

 



miércoles, 27 de mayo de 2020

18. Café con George Gershwin (1898-1937)







Gershwin se había convertido en el compositor más famoso de Estados Unidos y pretendía escribir la auténtica música americana mezclando el estilo del jazz con la orquestación europea de los clásicos. Así que fue a París a estudiar composición con los grandes maestros. 
Primero intentó que le diera clases Stravinsky, pero se negó. La conversación fue breve: 

Stravinsky: - ¿Cuánto dinero ganó usted el año pasado? 
Gershwin:  - 200.000 dólares, 
Stravinsky: - ¡Entonces soy yo el que debería tomar clases de usted! 

Ante la negativa de Stravinsky lo intentó con Ravel, pero también rechazó darle clases alegando que perdería su genial espontaneidad melódica para tratar de ser un mal imitador de Ravel. 
Así que regresó a América y siguió componiendo canciones con las que ganaba muchísimo dinero. Era tan rico que se compró un edificio entero para darle una casa a su familia, pero luego, como había tanto ruido y bullicio se iba a un hotel que había enfrente de su casa para poder componer a gusto. Tenía alquilada la suite principal todo el año. 


Sin embargo, todo empezó a tambalearse a comienzos de 1937, cuando comenzó a experimentar dolor de cabeza, mareos y desmayos. Los análisis no revelaron ninguna causa aparente, pero el dolor de cabeza se incrementó con mayor frecuencia y severidad hasta que el 9 de julio Gershwin colapsó en un estado de coma y le fue diagnosticado un tumor cerebral. La Casa Blanca envió dos destructores para que trajeran de su yate, en la Bahía de Chesapeake donde se encontraba de vacaciones, a uno de los más prominentes especialistas de cerebros. Con el tiempo necesario, el Dr. Dandy alcanzó el aeropuerto Newark en su camino a Hollywood; sin embargo, los cirujanos locales decidieron que era necesario operarlo y comenzaron antes de que llegara. Gershwin nunca se despertó de su coma y falleció el 11 de julio de 1937, a dos meses y medio de cumplir los 39 años, silenciando prematuramente a una de las voces musicales estadounidenses más frescas y creativas. El novelista John O’Hara resumió la actitud de muchos estadounidenses, quienes se rehusaron a creer que Gershwin hubiera muerto cuando dijo: «No lo creeré si yo no quiero». 

Se encontraba rodando la película The Goldwin follies cuando sufrió el último colapso. La última canción que incluyó (el resto de la banda sonora fue completada por Vernon Duke) es esta deliciosa melodía que escribió en 1930, a la que su hermano Ira puso letra expresamente para una escena del film. A George no le gustó, porque decía que la melodía, que era brahmsiana, merecía mejor texto, pero el caso es que la pieza fue un éxito. Ha sido grabada incluso por artistas clásicas como Te Kanawa o Leontine Price, pero yo sigo prefiriendo la dulzura melosa de la voz de Ella. 

...El amor llegó y, sin decir una palabra, supe que me dijo "hola"...




martes, 26 de mayo de 2020

17. Café con Chet Baker (1929-1988). El autor del mejor y el peor disco de jazz de la historia.







Chet Baker (1929-1988)

-“Chet, ¿Nunca has pensado en escribir tu biografía?, 
-“Sí, sí, de hecho lo empecé a hacer, pero luego pensé: da igual, ¡de todas formas no se lo van a creer…!” 

Si hay unos artistas cuya vida puede resultar increíble son los músicos de jazz. 
Y uno de ellos fue sin duda Chet Baker. 

Es 1969. Chet lleva tres años sin poder tocar debido a una brutal paliza que cinco hombres le propinan en la puerta de su hotel. Sabían lo que hacían: se esmeran en romperle todos los dientes y la mandíbula. Chet debe aprender a tocar desde cero tras la reconstrucción de la boca. Trabaja en una gasolinera y durante algunas temporadas vive en la calle, soportando hambre y frío. Pero no pasa un día en que no toque la trompeta. Incluso había quien pensaba que había muerto, al no tener noticias de él. 

Diez años antes estaba en la cima, abrumado con innumerables premios, no sólo como trompetista, también como el mejor cantante de jazz, por esa voz aterciopelada, íntima, seductora. Las mujeres caían rendidas a sus pies, se le conocía como el “James Dean del jazz”, el galán cautivador, magnético y encantador, pero también el hermoso perdedor, el paciente ingrato, el arrogante manipulador. El desvalido heroinómano. 

Pero ahora tiene que tocar de otra manera, ayudado por Dizzy Gillespie encuentra un toque más serio impregnado de una cruda desesperanza. Entonces se decide a volver al estudio de grabación. 

Quizá demasiado pronto… Así el que nació el que para los entendidos es el peor disco de jazz de la historia, o al menos uno de ellos. Lleno de instrumentos añadidos sin ton ni son, quizá para camuflar el decepcionante sonido de la trompeta. En este tema incluso parece que suena el organillo de un videojuego de los ochenta. 

Pero, sin embargo, y como siempre pasa con Chet, en algún momento te corta la respiración y te hace girar la cabeza, sorprendido en algún pasaje. 

Pero hoy no os voy a poner este disco de 1969, sino uno de los últimos, un año antes de que el 13 de mayo de 1988, acabara tirándose por la ventana del hotel Pris Hendrik en Ámsterdam, tras consumir speed-ball (mezcla de cocaína y heroína). Tenía 59 años. 
Sigo sin explicarme como mentes tan extraordinarias pueden sucumbir a las drogas. "Llegar a lo más alto. Revolucionar la música jazz. No soportar la presión. Perder la fe. Autodestruirse". 

El talento desperdiciado, la ruina recogida entre drogas, golpes, arrestos, deportaciones. A pesar de eso, deja casi cien discos grabados. Casi todos de un altísimo nivel. 

Fue en 1987 cuando Chet, consumido por las drogas pero en plena forma en lo musical, cantó “Almost blue” en un inolvidable concierto en Tokio, y consiguió, con unas pocas notas de trompeta y una voz frágil y sugerente, siete minutos de éxtasis sonoro, inigualable. Jamás nadie volverá a interpretar este tema que Elvis Costello escribió en 1982 de esta manera. 
Jamás.
(No se nota que este es uno de mis discos favoritos)


domingo, 24 de mayo de 2020

16. Café con Hupfild en Casablanca.




El tiempo pasará… y a medida que pasa vamos valorando cosas diferentes, pero otras permanecen siempre inmutables. 

Esta es una de mis películas favoritas y de ella salen dos de las citas que más me gustan: Una para vosotros “Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad”, y otra privada “Siempre nos quedará París”. 

El autor de la banda sonora, Max Steiner quería hacer toda la música y pidió reemplazar la pieza que tocaba Sam en la obra teatral en la que se basaba la película. Pero Ingrid Bergman (la actriz) conocía la canción y le gustaba mucho y no quiso que se cambiara, así que, por suerte para nosotros, esta icónica canción, compuesta en 1931 por Herman Hupfeld y casi desconocida en aquel momento, ha permanecido para nuestro deleite. 

El actor que encarna a Sam (el pianista) era Dooley Wilson, que era cantante y batería, pero no pianista: no sabía tocar el piano; fue Elliot Carpenter el encargado de tocar el piano en realidad, mientras que Dooley lo veía y realizaba movimientos parecidos. En la escena, la música suena en un tocadiscos (casi no se nota, jeje) y así fue como, moviendo las manos y los labios en un estupendo playback, acabó siendo el inolvidable Sam, el pianista de Casablanca… 

Supongo que sabéis que Rick nunca pronunció las famosas frases de “tócala otra vez, Sam”. Esa frase se hizo famosa al utilizarla Woddy Allen como título original de la película que en español se llamó “Sueños de un seductor”, cambiando hábilmente las palabras para evitar los derechos de autor. 

Según American Film Institute se ha convertido en la segunda canción más popular en la historia del cine (después de “Over de Rainbow” en la voz de Judy Garland, aunque no estoy muy seguro de que Celine Dion y su “Titanic” estén muy de acuerdo) 

Esta película que me tiene fascinado por el glamour exótico que desprende. 

Además la letra me parece muy adecuada para la situación actual: 

“Debes recordar esto: Un beso es aún un beso, un suspiro es sólo un suspiro. 
Las cosas fundamentales se entienden a medida que pasa el tiempo. 
Y cuando dos amantes se comprometen aún dicen: 'Te amo'. 
En eso puedes confiar, no importa lo que el futuro trae, a medida que pasa el tiempo. 
La luz de la luna y Las canciones de amor, nunca pasarán de moda. 
Los corazones llenos de pasión, celos y odio. 
Es aún la misma vieja historia, una lucha por el amor y la gloria, un caso de actuar o morir. 
El mundo siempre dará la bienvenida a los amantes, a medida que pasa el tiempo.” 



Os dejo la versión cinematográfica y una versión interpretada por mí. Espero que os gusten ambas. Besos y abrazos. Cuidaos mucho.

viernes, 22 de mayo de 2020

15. Café con Charlie "Bird" Parker y Gillespie.






Sí, lo que suena es un saxofón de plástico, y su historia es tan sorprendente como la interpretación, que dio lugar al conocido como el concierto del siglo: 

Toronto 15 de mayo de 1953. Todo hace presagiar que aquel concierto organizado por la New Jazz Society con el objetivo de reunir a los mejores músicos del momento será un auténtico desastre. 
 Budy Powell acababa de salir del sanatorio mental en unas condiciones deplorables, y poco antes del concierto estaba absolutamente borracho. 

Charli Parker al que llamaban "Bird" porque pretendía ir más rápido que nadie en las escalas y que inventó lo que se llama Bi bop (que lleva el ritmo al doble de velocidad de lo normal) estaba en su peor momento: había perdido su licencia para tocar en Los Ángeles y Nueva York, y sus problemas con la heroína y la cocaína se habían agudizado. Además ese mismo año, su hija Pree murió de neumonía porque carecía de dinero para proporcionarle el tratamiento adecuado, por lo que su caótico estado mental era cada vez más evidente en su música y en sus relaciones con los compañeros, con continuas discusiones. 

Pero lo más sorprendente de todo es que se presentó en Toronto sin su saxofón, ya que lo había empeñado poco antes en alguna tienda de Nueva York para costearse su dosis de heroína. En el último momento acudió a una tienda de instrumentos de Toronto pero tan sólo pudieron prestarle un saxofón de plástico. 

¡Un saxofón de plástico! Eso es todo lo que tenían y con eso tendría que conformarse el gran «Bird» para asombro de sus acompañantes. 

Y entonces ocurrió lo increíble. 

Tras un impresionante comienzo del trío Roach, Powell y Mingus, se subieron al escenario Gillespie y Parker, que llevaron su rivalidad hasta cotas musicales inalcanzables para la mayoría de músicos del último siglo, aunque quedó claro que Charlie Parker aún con un cacharro de plástico era capaz de sobrevolar por encima de Gillespie para dejarlo en evidencia. 

La actuación fue tan extraordinaria que la prensa especializada de la época rápidamente la calificó como «el concierto del siglo» y bautizar a aquellos cinco músicos también como «el quinteto del siglo». 

Aún hay otra historia después, y es que tras el concierto se fueron de fiesta y Gillespie dejó su trompeta sobre un banco al que se subió la gente borracha bailando. La trompeta acabó pisoteada y doblada, pero al tocarla, comprobó que sonaba mejor que en su posición normal, ya que proyectaba el sonido con más potencia. Así fue como nació la trompeta con el pabellón elevado con la que todos asociamos a Gillespie, bueno eso y sus carrillos hinchados de soplar sin técnica con ellos relajados e ir creciendo cada vez más hasta parecer un pez globo. 

No dejo de asombrarme cada vez que los escucho.

miércoles, 20 de mayo de 2020

14. Café con Billie y Lester



El otro día hablábamos de Billie Holliday y mencioné de pasada que su gran amor no correspondido fue Lester Young. Hoy os contaré su historia: 

Cuando la banda de Count Basie llegó a Nueva York, su saxofonista, Lester Young, se fue a vivir a la casa de la madre de Billie Holiday en Harlem. Inmediatamente surgió la complicidad entre ellos, una compenetración que iba más allá del amor. Ella de voz rota y él de suave terciopelo en el saxofón parecía calmar el dolor que ella expresaba en cada nota. Allí él la bautizó como “Lady Day” por su elegancia y ella a él como “Pres” por considerarle el presidente del saxofón. Durante algunos años actuaron juntos y grabaron cerca de 30 discos, pero, a pesar de su cariño y afinidad, Lester y Billie nunca fueron pareja. Después llegó la guerra, las drogas, la cárcel y sus caminos se separaron. 

Hasta que el 8 de diciembre de 1.957, casi veinte años después, en los estudios de la CBS fueron invitados a la grabación de un programa especial: The sound of jazz. 

En una de las actuaciones se encontraron de nuevo Billie y Lester. No se hablan desde hace años y durante los ensayos no se dirigen la mirada, se evitan. Billie canta el blues “Fine and Mellow”. Y entonces llegó el turno de Lester. 

Antes siempre hacía los solos de pie, a pesar de que en Kansas City el espacio era tan reducido que tenía que tocar con el saxofón inclinado 45 grados, inclinación que se convertiría en leyenda y que seguro que todos la visualizáis cuando pensáis en un saxofonista de jazz. Ahora es evidente que está enfermo, y a duras penas logra levantarse de la silla. El solo de “Pres” es un emocionado mensaje de amor, tristeza y melancolía. Lady Day contempla a su antiguo amigo y su rostro, que las cámaras no pueden dejar de enfocar, se ilumina y sonríe, y nos muestra el recuerdo que atesora, de complicidad y cariño, de una nostalgia infinita. Tal vez fue el último, tal vez el único momento de felicidad en la vida de Billie Holliday.
 
Quince meses después, en marzo del 59, Lester murió y en el camino al funeral Billie Holiday 
dijo que pensaba que sería la próxima. Y así fue, murió menos de cuatro meses después. 

Fijaos la energía con la que comienza a tocar Coleman Hawkin a los cincuenta segundos y con qué suavidad entra Lester Young (a partir del minuto 1,30) y cómo le cambia la cara a Billie. Es un momento maravilloso, que pone la piel de gallina. Imposible no sobrecogerse al pensar en lo que habían vivido. 





viernes, 15 de mayo de 2020

13. Café con Billie Holiday (1915-1959) La voz más desgarradora del jazz.


Su madre trabajaba como criada en una casa de blancos, y cuando se enteraron de que estaba embarazada la echaron. Sin dinero ni sitio a donde ir tuvo que llegar a un acuerdo con la directora del hospital para que la dejaran dar a luz. Debía limpiar los suelos y ayudar a las otras parturientas mientras estuviera allí. Así fue como el 7 de abril de 1915, con 13 años, dio a luz a un niñita que con el tiempo se convertiría en una de las intérpretes de jazz más admiradas de la historia por su increíble pasión y estilo al cantar. Su nombre era Eleanora Fagan, aunque sería conocida como Billie Holliday. Ni al nacer ni al morir tuvo un paso digno por el hospital. Poco se sabe con certeza de su vida, ya que la autobiografía que dictó en 1956 parece un poco fantasiosa. Su mala suerte la traspasa incluso a los que se le acercan: una admiradora suya, Linda Kuehl, escribió un libro sobre ella en los años 70, pero la editorial se negó a publicarlo, así que se desesperó y se suicidó en 1979, tras ir a un concierto de Count Basie, el antiguo jefe de Billie… 

Su vida estuvo marcada por la tragedia desde el mismo comienzo, abandonada por sus padres a corta edad, la cuidan sus abuelos que la maltratan, tiene que trabajar desde los 10 años en lo que puede. Después vinieron acusaciones de prostitución, reformatorios, alcohol, drogas, racismo, cárcel, desengaños amorosos, rehabilitación y, finalmente la muerte, por una infección renal a los 44 años, esposada y acusada de consumir heroína mientras agonizaba casi abandonada en un hospital. 

Comenzó a cantar en un bar a los 13 años y fue ahí donde decidió cambiarse el nombre. A los 16 la escucha Benny Goodman que le propone grabar un disco, y poco después conoce a Lester Young su gran amor no correspondido (esta historia la contaré en el próximo café, el lunes)

Cantó como nadie a la tristeza, que conocía tan de cerca, y su desgarradora voz, inspirada en Bessi Smith y la trompeta de Armstrong, hizo que canciones aparentemente insulsas como “Strange fruit” fueran consideradas la mejor canción del siglo XX por la revista en 1999.
La primera vez que se interpretó "Strange fruit" en un garito nadie aplaudió. Segundos antes de terminar la canción, cuando la intérprete pronunciaba las dolientes últimas palabras (“esta es una extraña y amarga cosecha”), las luces del Café Society neoyorquino, con capacidad para 200 personas, se apagaron. Instantes después se encendieron, pero la cantante había desaparecido. Billie estaba vomitando en el pequeño aseo del local, sobrecogida después de su estremecedora interpretación. Los espectadores intentaban recuperar el aliento tras asistir a aquella desgarrada actuación. Fue una pieza breve, solo tres minutos que cambiaron para siempre la historia del jazz. 
Era 1939 y Billie Holiday ya había hecho de su voz un lamento vocal con una hondura emocional mágica, con una sensibilidad en el fraseo realmente única e irrepetible. Se dice que nadie como ella pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras "love" o "baby". Fijaos en esta increíble interpretación de esa canción Strange fruit. 
La letra de Strage fruit tiene solo tres estrofas, profundas, dolientes:
 
"De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. 
Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. 
Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. 
Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur. 
Los ojos saltones y la boca retorcida. 
Aroma de las magnolias, dulce y fresco. 
Y el repentino olor a carne quemada. 

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. 
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire, para que el sol la pudra, para que los árboles lo dejen caer.
Esta es una extraña y amarga cosecha"



miércoles, 13 de mayo de 2020

12. Café con Jerome Kern (1885-1945)




En ocasiones la vida te da una segunda oportunidad. Hay quien la aprovecha y hay quien sigue desperdiciando su vida. 
Así le sucedió a Jerome Kern. 

Cuando tenía 30 años, debía viajar desde Nueva York a Londres con su empresario y editor, pero aquella noche estuvo jugando al póker hasta la madrugada y se quedó dormido. De haber sido más formal, probablemente también hubiera muerto en el hundimiento del Lusitania, en 1915, pero el destino quiso que Jerome Kern siguiera viviendo y componiendo inolvidables canciones para musicales y películas, cosechando éxitos y premios, incluso después de su muerte, el 11 de noviembre de 1945. Para entonces ya había compuesto más de 700 canciones y más de 100 partituras completas para programas de televisión, radio y cine.  

Uno de sus temas más famosos es la maravillosa canción “The way you look tonight”, que compuso para la película de 1936, Swing Time, originalmente interpretada por Fred Astaire y con la que ganó el premio de la Academia a la mejor canción. 

La autora de la letra, Dorothy Fields, confesó más tarde: "La primera vez que Jerry tocó esa melodía para mí, tuve que salir de la habitación y empecé a llorar. La interpretación absolutamente me emocionó. No podía parar, era tan hermosa..."
Espero que a vosotros también os emocione esta delicada canción, en la voz de su primer intérprete, Fred Astaire, aunque también podéis encontrar muchas otras versiones de este inolvidable estandar americano. 




lunes, 11 de mayo de 2020

11. Café con Puccini.


Puccini estaba devastado y avergonzado por todo lo que sucedió entre 1908 y 1909. Su esposa Elvira aseguraba que había sorprendido a Puccini con la criada, una joven de 23 años hija de un amigo que falleció cuando ella tenía 14 años y que llevaba nueve a su servicio. No sólo hizo que la despidiera si no que la iba insultando cada vez que se cruzaba por la calle durante varios meses. Un día, Doria, tras sufrir otro ataque por la calle, regresó a su casa abatida y, al no poder soportar la vergüenza y las miradas inquisitivas de sus vecinos se suicidó ingiriendo unas pastillas corrosivas que usaba para limpiar. Estuvo cinco días agonizando, sufriendo una muerte horrible. 

Al hacerle la autopsia se descubrió que Doria era virgen. ¿Por qué se suicidó realmente si era inocente de la acusación? La familia indignada denunció a Elvira que tuvo que huir del pueblo, mientras que Puccini los convenció de retiraran los cargos a cambio de una importante suma de dinero.  

Toda esta historia afectó el ánimo de Puccini, que, hundido, decidió abandonar la ópera en la que estaba trabajando, “La chica del Oeste” (La fanciulla del west) y no escribe ni una nota en varios meses, asegurando que se le aparecía la cara de la joven entre los pentagramas. 

Es sabido que Puccini solía basar sus personajes femeninos en las mujeres que lo rodeaban (frecuentemente amantes). Siguiendo esta premisa es fácil descubrir que Doria, una joven tímida y bajita (aunque muy guapa) no encaja con el personaje de la ópera que estaba escribiendo, una mujer alta, delgada, valiente y decidida que monta a caballo. Pero sí hay otra persona en el pueblo muy cercana que sí se parece a este personaje: la prima de Doria, Giulia Manfredi. 

Pues bien, resulta que Giulia tuvo un hijo que sacó del pueblo al poco de nacer. Hace diez años se encontró en un baúl olvidado varios miles de cartas de Puccini dirigidas a Giulia en las que se habla del hijo (que se parece mucho a Giacomo) y se refiere la triste historia de Doria. Al parecer, Doria hacía las veces de mensajera entre los amantes y Elvira, que sospechaba algo, creyó que era ella la amante. Pobre desdichada, por no delatar a su prima acabó muriendo horriblemente

Algunos estudiosos aseguran que la pobre Doria aparece en la última ópera de Puccini, Turandot, en el personaje de la criada Liú, cuya muerte como sacrificio por el hombre al que ama en silencio fue cantado de forma irrepetible por la gran Montserrat Caballé. 



jueves, 7 de mayo de 2020

10. Café con Scott Joplin






Imagina que estamos en 1950. 
En mi anterior vida visité Venice en California y entré en una vieja peluquería para afeitarme. Me extrañó ver un instrumento musical en una barbería así que le pregunté al dueño que qué hacía allí aquel viejo piano vertical. Éste suspiró y, después de cerrar la tienda y los ojos, se dejó caer en su sillón no sabría decir si cansado o nostálgico, y me contó una historia increíble. 

Todo comenzó cuando tenía unos catorce o quince años, allá por 1898. Entonces no era barbero. Tocaba en una tienda de instrumentos musicales de Oklahoma para ganarse algún dinero. 

Un día, un hombre impecablemente vestido se le acercó, le puso una partitura manuscrita delante y le dijo “¿podrías tocar esto?” Aquel chaval quedó fascinado por el ritmo y la energía que le transmitía aquella desconocida música que se titulaba “Maple leaf rag” y, excitado, le preguntó al desconocido quién había escrito aquello. Le habló entonces de un compositor llamado Scott Joplin que vivía en Sedalia (Missouri). Entonces tomó la determinación de ir a conocerlo como fuera y conseguir que le diera clases. 

Cuando llamó a la puerta de la casa que le habían indicado se encontró con el mismo hombre que le mostró el manuscrito meses atrás. Era el mismo compositor que aún no había publicado aquella obra con la que alcanzaría uno de los pocos éxitos que obtuvo en vida. Se presentó y le rogó que le diera clases. Su nombre era Brun Campbell, y fue su único alumno blanco. 

Unos años después, Brun (cuyo nombre completo es Sanford Brunson Campbell) se casó y se estableció en Venice, California, dedicándose a la barbería para ganarse la vida hasta que un día se enteró de que su maestro había fallecido en la miseria y que su viuda estaba pasando penalidades, así que la llamó y trató de ayudarla económicamente para lo que le propuso comprarle el piano. ¡De modo que ese era nada menos que el piano de Scott Joplin! 

Además pensó en la cantidad de dinero que podrían generar los derechos de autor, así que dedicó los siguientes años a escribir libros sobre ragtime y a grabar en la misma barbería toda la obra de aquel pianista genial que había muerto de la manera más triste, sin conocer apenas el éxito, y cuya obra más conocida se titulaba “The entertainer” y que ahora es más famosa por aparecer en la película El golpe, con los gigantes Robert Redford y Paul Newman. 

Además me contó la desgraciada historia de Scott Joplin, aquel pobre chico negro, hijo de un esclavo liberto y de una afroamericana nacida libre, que creyó que podría alcanzar el éxito en un mundo de blancos escribiendo obras musicales de la misma calidad. 

Pero el público racista de su época estaba dispuesto a aceptar a un chico negro que toca alegres ragtimes en los bares, pero no a uno que intentara escribir y estrenar una ópera en Nueva York, algo que sólo estaba permitido a los blancos. 

Después de estar tres años orquestando y tratando de estrenarla sin éxito, el fracaso le pasó factura. Agotado y presa de la desesperación, su estado mental se alteró con rasgos de esquizofrenia y fue abandonado por familiares y amigos, falleciendo unos meses después con tan solo 48 años, en abril de 1917, justo el año en que el jazz comienza a difundirse por todo el mundo desde Nueva Orleans.


lunes, 4 de mayo de 2020

9. Café con Johannes Brahms (1833-1897)

                                  Johannes Brahms     //               Clara    y     Robert Schumann

Esta es una historia triste, una historia que termina en Viena, en el otoño de 1893, pero que había comenzado cuarenta años antes. 

A mediados de ese lluvioso mes de noviembre de 1893, un hombre de sesenta años se sienta en la silla de su piano en la sala de estar, tranquilo y silencioso mientras observa una partitura. Parece absorto en sus pensamientos. Son recuerdos de hace cuarenta años. Con ellos acaba de escribir la que será (él no lo sabe, lógicamente) su penúltima pieza para piano. En ella cuenta la historia de amor que pudo ser pero no fue, la relación ejemplar que mantuvo durante toda su vida con la esposa de su “venerado maestro”. El amor y la admiración fue mutuo pero ella sentía devoción por su esposo incluso después de su muerte en un manicomio, como queda reflejado en esta obra. 

Así se inicia el intermezzo Op. 118 nº 2 de Brahms, con una melodía celestial, ligera, pura y repetitiva, como una sencilla llamada de atención. 

Clara y Johannes a menudo se escribían para intercambiar impresiones sobre música, sus viajes y experiencias. Más tarde estuvieron de acuerdo en destruir todas las cartas, pero Clara conservó algunas de ellas muy apreciadas. En una de estas misivas, Brahms declara su amor secreto a Clara. Ahí comienza el diálogo central. 

Dos voces (mano derecha y mano izquierda) que se funden y cantan juntas, la voz inferior se vuelve eco y trata de imitar a la voz superior, parece querer decir lo que dice en una de esas cartas: 

    «Desearía poder escribirte tan tiernamente como te amo, y decirte todas las cosas buenas que te           deseo. Eres tan infinitamente querida para mí que apenas puedo expresarlo. Desearía llamarte             querida mía y muchos otros nombres, sin dejar nunca de adorarte» 

Pero Clara… Clara elige mantenerse fiel a su esposo, aun conservando la amistad con este joven que tanto le gustaba. De manera angelical, como los acordes de un órgano durante una oración, Clara repite el elemento temático, pero este tono religioso demuestra su lealtad a su amado esposo Robert... dejando a Brahms en un fuerte conflicto entre su profundo respeto por el matrimonio Schumann, y su amor por Clara. Una variación del tema, interpretada con gran agitación e insistencia, y luego el regreso al tema principal, en forma ABA, permite que la pieza vuelva a su identidad principal genuina. 

La última llamada de Brahms resuena, con aún más desesperación y énfasis que nunca, antes de desaparecer al final, ensimismada… como un hombre sentado en una tarde lluviosa absorto en sus pensamientos, en sus recuerdos, en lo que pudo ser… y no fué.

Espero que os guste esta versión de Radu Lupu. Ojalá pronto pueda tocar esta maravillosa pieza para vosotros en el instituto.