miércoles, 8 de abril de 2020

4. Café con Beethoven

La sonata "Bridgetower"
George Bridgetower (1778-1860)

Había pasado más de medio siglo desde aquel día. 

Ahora era un octogenario olvidado por todos, que vivía miserablemente en un hogar para indigentes en Peckham, al sur de Londres. Pero seguía recordando como si fuera ayer lo que pasó aquella mañana del 24 de mayo de 1803. Y así se lo contó a aquel investigador que había viajado desde Viena para interesarse por la increíble historia que se contaba sobre la mejor sonata para violín y piano que escribiera Ludwig van Beethoven. 

Y todo era cierto. “¿Sabe? Esa sonata debería llevar mi nombre. Todo el mundo debería llamarla la sonata Bridgetower. Es mi nombre el que debería ser inmortal.” 

Un estúpido comentario sobre una mujer había echado todo a perder. Tres copas de más y la excitación tras el asombroso éxito del concierto le hicieron perder la vergüenza y decir algo inapropiado sobre aquella bella joven que resultó ser algo más que una conocida de Beethoven. 

Sospechaba que Beethoven estaba enamorado de ella. De otro modo no se explicaba el desmedido ataque de furia que invadió al genio de Bonn. 

Sólo llevaba unos días en Viena conociendo a Beethoven y le había propuesto la escritura de una sonata para su lucimiento. Beethoven, con gran curiosidad por ver hasta donde era capaz de llegar aquel músico mulato, de madre polaca y padre antillano (que había trabajado al servicio del patrón de Haydn, el príncipe Esterhazy) escribió en un par de días una obra endiabladamente difícil. Difícil y hermosa. 

Bridgetower recordaba perfectamente la hora del concierto, tal vez porque no era usual que se ofreciera un concierto a las ocho de la mañana. Pero allí estaban nada menos que el embajador británico, el archiduque Rodolfo, el príncipe Lichnowsky, el príncipe Lobkowitz y otros grandes mecenas de las artes, todos expectantes. 

Tan sólo unas horas antes, a las 4,30 de la madrugada había acabado Beethoven de escribir los dos movimientos que le faltan de la sonata que le había prometido a su reciente amigo violinista. No solo no había tiempo para ensayar, sino que además el copista no tuvo tiempo de pasar la parte del Andante por lo que el violinista debía tocar leyendo a primera vista por encima del hombro de Beethoven en la partitura del pianista. 

Bridgetower cierra los ojos, recordando un momento glorioso del concierto en el que animado por la fuerza de la obra ignoró una indicación de repetición del piano y tocó junto a él la parte repetida, lo que provocó el aplauso entusiasta de Beethoven que se levantó de la banqueta para abrazar al virtuoso y de un salto regresar al piano para continuar la interpretación. ¡Qué gran momento! ¡Cuánto orgullo sentía! Abrazado por Beethoven en mitad de un concierto “¿sabe lo que eso significa?” 

Al acabar el concierto Beethoven escribe en la partitura emocionado: "Sonata mulattica composta per il mulatto Brischdauer (Bridgetower), gran pazzo e compositore mulattico" (Sonata mulata compuesta para el mulato Bridgetower, gran loco y compositor mulato). 

Pero aquello sólo le duró unas horas, hasta que Beethoven, furioso por el referido comentario le dice que no se la dedicará. De nada sirven las disculpas y los ruegos de Bridgetower. Beethoven está decidido a dedicarle la obra al que entonces era considerado el mejor violinista del mundo, el francés Rudolphe Kreutzer. Y cumplió su palabra en la primera edición de 1805. 

Irónicamente, Kreutzer jamás la ejecutó, en parte porque decía que ya había sido estrenada y en parte porque pensaba que era una obra intocable, propia de un hombre que no conoce el violín. A pesar de ello, su nombre permanece desde entonces (injustamente) unido a esta pieza. 

Puede decirse que las sonatas precedentes eran piezas para violín con acompañamiento de piano, mientras que en la sonata Kreutzer ambos instrumentos comparten el protagonismo con un equilibrio magistral, manteniendo los dos instrumentos una conversación de lo más fascinante. Quién sabe qué oleadas de emociones se estaban librando dentro de Beethoven cuando lo escribió, tal vez inspirado por uno de sus amoríos apasionados y desdichados. 

Bridgetower dejó Viena unas semanas después con el único recuerdo de un diapasón que Beethoven le regaló. Nunca volvieron a encontrarse desde aquel día. Murió en 1860, solo y olvidado, a los 81 años después de haber vivido sus últimos años como un indigente. 

Os dejo "la versión". O al menos una parte del segundo movimiento.

1 comentario:

  1. María Iranzo : Bridgetower estaba un tanto resentido porque quería tener el mérito de la obra de Beethoven, a pesar de haber arruinado la noche del estreno y su amistad con el grandioso músico por el comentario despectivo hacia su más que amiga. Esto le molestó muchísimo hasta el punto de haber cambiado el destinatario de Bridgetower al francés Kreuter en la primera edición, realizada en 1805. Personalmente, creo que Beethoven debía estar muy enamorado de aquella mujer ya que se enfadó a tal punto de dedicársela a un músico que ni siquiera había aportado algo a su creación, con la excusa de que la obra ya estaba estrenada.

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